domingo, 3 de junio de 2012
Histeria colectiva
Yo me arrastraba por el suelo a ritmo de serpiente, dejando rastro para
que alguien tomase relevo en la persecución. Movía el cascabel, quería
que se te clavase como agujas en la espalda mientras me mirabas, que
notases esas pequeñas convulsiones repentinas, que pidieses ayuda. Y
seguías inmóvil, sentada en la silla rascando el moreno del verano
pasado para buscar la respuesta en los últimos cambios, sin suerte, con
los brazos en rojo y perdiendo los nervios con cada salto de la
tostadora. Preparabas infusiones de mandrágora para "curar mis males"
buscando excusas que no te dejasen parar para seguir en el candelero de
mis cuatro paredes aún viendo que solo te unian unos cuantos filamentos sin fuerza. Y caías sin remedio y sin saber que era el
camino perfecto, que yo ya había visto aquéllo como una calandraca,
monótono, que nadie tenía por qué soportarlo innecesariamente, que los
violines que creías oir eran golpes dispares a un xilófono desafinado en
medio tiempo, que al fin y al cabo las cosas pasan porque tienen que
pasar. Y sí, he de reconocer que, a pesar de todo, verte perder la calma
seguía siendo inexplicablemente sexy.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario