lunes, 25 de junio de 2012

Domingos cerrados


Ella dormía como un ovillo de lana, premeditada, en la cama.
Él la miraba sentado verdugo a la cara desconsolada y la abraza.
Ella creía que los libros abrían puertas. Nunca encontró la llave.
Él se sabía de memoria el pasillo las tardes de domingo.

Las gotas resbalan de forma vaga, aburrida, y se agarran.
Cosen heridas con hilos del mismo cielo, geografía pisando el suelo.
La historia cíclica llena de cosas ya dichas, de las mismas que ayer sabían.




Y llegas tú con vuelo raso
 como un ave que va de paso.

Y arrasas con todo lo que encuentras en tu camino.



sábado, 9 de junio de 2012

Metamorfosis cínica


Probablemente todo sea distinto cuando estés preparada para asumir que estoy entrando en fase de autoestrucción. Se ha perdido la confianza en los finales felices, en los tópicos redentores, en los días junto al fuego para dejar paso a otro tipo de calor, al de estar demasiado cerca de la hoguera, al de quemarlo todo y no tener motivos para llenar el cubo de agua. Pasan los días y poco a poco se hace más pequeño el punto de luz del fondo al tiempo que crece la idea de una realidad distinta y más sincera. Las cosas pasan porque tienen que pasar y no hay otro camino más inteligente que el único que conocemos. Ahora solo falta darle forma de palabras. Supongo que me estoy dando demasiada cuenta.


jueves, 7 de junio de 2012

La liturgia del plomo caído.


Supongo que quiero creer que solo oyendo ruidos basta para llegar al final, para dejar el camino completo. Sé que en el fondo no es más que otro engaño sin sentido, una vía más para escapar de lo que sabes que viene después, pero al menos da la sensación de ser un buen método para ganar tiempo, para dejar que las cosas surjan, lleguen, pasen y sean asimiladas en el momento justo. Supongo que quiero creer que pienso y no me equivoco, que tú también querrás poner la cedilla en cada letra, que las cuentas dan exactas al terminar todas las restas, que yo me quedo contigo y que el párrafo se escribe sólo con mirarlo. Supongo que quiero creer que todo sale por pura casualidad, sin mano de obra humana que reconduzca los vagones que cargan las cosas que van surgiendo, que ésto estaba escrito incluso antes de conocerte entre los papeles que tengo perdidos en los cajones y que uno de cada cuatro versos hablaban de mí cuando más lo necesitaba. Y aunque no tengo argumentos para confiar, creo que sería suficientemente feliz contándote las horas que pasan sin ninguna necesidad de hacer preguntas.


lunes, 4 de junio de 2012

La tiranía del ictus


Al principio fue esconderse tras una letra cualquiera para volcar penas y fracasos de contenido incierto e intentar dejar de ser el blanco más fácil para uno mismo. Así es como empezó todo. Entonces convivían los cuentos y los hechos con tal naturalidad que acababan por confundirse entre sí mediante una simple sonrisa nacida de la mínima atención. Todo ello se quedaba dentro, se convertía en una lucha entre el bien y el mal, de verdades y mentiras que ya no sabían cómo ni dónde asentarse mientras te volvían un poco más frágil. Con el tiempo aprendes a apartar el miedo a base de renunciar al sueño y no dejarle tiempo para colocarse en el fondo ni tapar los agujeros que fueron pidiendo paso con los años. Al final nos vamos, al final te has ido, y lo hemos dejado todo sin terminar. Cerramos la puerta y pedimos a alguien que limpie lo que hemos ensuciado, a precio de saldo y sin querer dar explicación alguna, sin preguntas ni respuestas que puedan provocar alguna situación incómoda. Y al pasar los días, la conclusión se resume en el mismo principio lógico que aparece en la última línea, al final, con el mismo cambio en todas las cosas que hemos ido midiendo en horas, minutos y segundos a lo largo de los años. Ni más ni menos que la nada.

domingo, 3 de junio de 2012

Contarlo todo.


Hemos llegado hasta la puerta sin saber muy bien cómo. Me contaste una vez que llegaría un día en que ya nada sería lo mismo, un día en el que comeríamos de los aplausos de los demás, que habría un momento en que seríamos capaces de contarlo todo sin decir cómo pasó, sin tirar las horas en elegir la mejor opción para suavizar las cosas. Todo aquello que no me encajaba por entonces es imposible no entenderlo ahora. Es el momento de pintar lienzos con el tiempo que nos quede, de mezclar los colores y colocar, por fin, la última pieza del puzzle, de cerrar el círculo con trazo grueso y hacer las maletas con la máxima discreción. Prometo que lo he intentado y no he podido cambiar, pero ahora lo que queda es simplemente ésto, un texto sin palabras.

Histeria colectiva

Yo me arrastraba por el suelo a ritmo de serpiente, dejando rastro para que alguien tomase relevo en la persecución. Movía el cascabel, quería que se te clavase como agujas en la espalda mientras me mirabas, que notases esas pequeñas convulsiones repentinas, que pidieses ayuda. Y seguías inmóvil, sentada en la silla rascando el moreno del verano pasado para buscar la respuesta en los últimos cambios, sin suerte, con los brazos en rojo y perdiendo los nervios con cada salto de la tostadora. Preparabas infusiones de mandrágora para "curar mis males" buscando excusas que no te dejasen parar para seguir en el candelero de mis cuatro paredes aún viendo que solo te unian unos cuantos filamentos sin fuerza. Y caías sin remedio y sin saber que era el camino perfecto, que yo ya había visto aquéllo como una calandraca, monótono, que nadie tenía por qué soportarlo innecesariamente, que los violines que creías oir eran golpes dispares a un xilófono desafinado en medio tiempo, que al fin y al cabo las cosas pasan porque tienen que pasar. Y sí, he de reconocer que, a pesar de todo, verte perder la calma seguía siendo inexplicablemente sexy.